“La persona que danza se encierra, de algún modo, en una duración que ella engendra, en una duración (...) hecha de nada que pueda durar”, dice Paul Valéry.
Los individuos, al igual que la danza, somos objetos infinitamente breves, conscientes de que lo que vivimos solo tiene sentido en su duración. Por eso la pérdida y el duelo son los puntos iniciales de pielescallar.
Él busca su sentido a través de las palabras, que son el medio de verbalizar lo interno, de comunicarse, es decir, de poner en común, de buscar a la mujer que se fue o de dar un sentido a su ausencia. Pero las palabras desvirtúan lo que pensamos, porque tienen autonomía, porque, como la poesía, dominan solo su duración y después de decirlas no son capaces de construir por sí mismas espacios ni tiempos. Se diluyen y se pierden. Así también los movimientos, que nunca serán un reflejo exacto del interior de Cándido.
El calor, quizá, el sexo, el contacto piel y piel, puede ser para el protagonista la única forma de expresión verdadera, lo único real. Pero toda piel tiene memoria y en su desnudez, en su fragilidad, la ausencia permanece. Cuando él finalmente desiste, se abandona a la embriaguez, que le atribuye una nueva conciencia.
Ella, su mujer y también su ausencia, ha sido solo un fantasma, pero adquiere corporeidad para existir, para reivindicar su existencia como individuo y como mujer. Nada nos salva, nada nos acerca a los demás, porque somos abismos o animales, pero, no obstante, no tenemos más remedio que amar.
Dirección y Coreografía ALBERTO ESTÉBANEZ
Textos SARA R. GALLARDO
Dramatúrgia CÁNDIDO DE CASTRO
Escenografía y figurinista ELISA SANZ
Música y Video SAMUEL PEÑAS
Actor CÁNDIDO DE CASTRO
Actriz EMILIA JAVANOVIC
Bailarinas SARA SÁIZ, LETICIA BERNARDO, ALEJANDRA MIÑÓN Y PAULA PÁRAMO
Iluminación CARMEN SAN ROMÁN
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