La creación del Ballet Estable del Teatro Colón en 1925, no sólo cubrió necesidades que acuciaban... Era realidad que no se podía continuar con la contratación de bailarines foráneos para algunos espectáculos y proveer a las danzas que -ocasionalmente- se incluían en ciertas óperas de la temporada. Se atendió también así a los escasos bailarines surgidos de enseñanzas prodigadas por quienes venían del exterior para actuar. Entre éstos recordemos especialmente a algunos pioneros de la enseñanza como Esmée Davis, Ekaterina de Galantha, María de Oleneva, Harry Tomaroff, y Ricardo Nemánov. Probablemente, al formarse la primera Compañía, lo que no se pensara de inmediato era que no sólo se satisfacían requerimientos artísticos de un Teatro, sino también los insistentes pedidos de la ya numerosa legión de adictos al arte del ballet, y las necesidades culturales de un país entero con signos de gran prosperidad. Se quería, se deseaba la presencia del Ballet en la ciudad capital del país.
Resulta necesario recordar los esfuerzos de las personalidades que buscaban concretar una Compañía, y hallaron eco en las autoridades (era presidente de la República entonces el Dr. Marcelo T. de Alvear casado con la cantante de ópera Regina Pacini, ambos protectores de arte y artistas); también, analizar el criterio artístico que se tuvo en la institucionalización: ¿Una Compañía que llevase adelante el antiguo estilo clásico-académico, o una que respondiera a la nueva tendencia de la modernidad identificada con el Ballet Ruso de Diaghilev? No hubo dudas. La Compañía debía tener perfil modernista, y sus creaciones guardar identificación con aquélla. De manera que nuestro Ballet Estable surgió como Compañía de avanzada, dentro del modernismo no obstante respetuoso de la esencia clásica.
Han pasado más de setenta años y no en vano. Y así como entre 1925 y 1934, Boris Románov, Bronislava Nijinska, y Mijail Fokin, entre otros, cumplieron estrictamente con las ideas originales, la troupe conducida luego por años por Margarita Wallmann, comprendió y aceptó que el horizonte artístico no podía ceñirse. De a poco aparecieron las obras académicas -que también hicieron grande a la Tradición clásica- aunque estuviesen adaptadas para la época y las posibilidades técnicas del elenco. La II Guerra ensangrentó a Europa, pero benefició al Ballet del Colón al engrosar sus filas con bailarines del Viejo Continente, como Tamara Grigorieva, Yurek Shabelevski, y Wasil Tupin. Además, por cierto tiempo, los elencos de la Compañía Estable y del Original Ballet Russe del Coronel de Basil (que estaba de gira en este país) se fundieron hermanados en arte.
Cuando nuevos elementos comenzaron su labor en la década del ‘40, la Compañía contaba -hacía años- con extraordinaria bailarina de nivel internacional -María Ruanova- y estaban también Lyda Martinoli, y el premier danseur Michel Borowski (polaco que había actuado en la última etapa de Les Ballets Russes de Diaghilev cuya contratación fue sugerida por Boris Románov). Se sumaron a ellos otros bailarines puntales y notables –casi todos nacidos en la Argentina), como Esmeralda Agoglia, Adela Adamova, María Delia García, Jorge Tomin (nacido en Rusia), Enrique Lommi, Víctor Ferrari, Antonio Truyol (también coreógrafo), José Neglia, Norma Fontenla, Olga Ferri, Irina Borowska, (y la lista es extensa), surgidos ya de la enseñanza sistematizada impartida por maestros tan estudiosos como Esmée Bulnes, la misma Ruanova, Ekaterina de Galantha (que había bailado en la Compañía de Anna Pávlova), y Mercedes “Mecha” Quintana (primera coreógrafa argentina), quienes cimentaron la grandeza del creciente elenco del Colón.
El devenir fue favorable. Coréografos como Leonide Massine y David Lichine aportaron obras de la modernidad, Tatiana Gsovski enriquecería bailarines y repertorio con obras impregnadas de expresionismo así como daría nuevo vigor técnico a la Compañía, Jack Carter montaría a partir de 1963 los dos grandes ballets de Chaicovski con Petipa, o con la dupla Petipa-Ivánov, completando la trilogía el gran Rudolf Nureyev (“El Cascanueces”). Pierre Lacotte (“La Sylphide” y “La Hija del Danubio”) y nuestro compatriota Oscar Araiz (“La Consagración de la Primavera” y “El Mandarín Maravilloso”) harían -respectivamente- resplandecer de romanticismo, y de vigor contemporáneo a la troupe.
E impetuoso río de nuevos argentinos irrumpió en el Colón y en la escena internacional, transitada otrora por Adela Adamova, Victor Ferrari, Olga Ferri, Irina Borowska, Didí Carli, y Liliana Belfiore... Julio Bocca en 1985, y después Maximiliano Guerra, Cinthia Labaronne, Paloma Herrera, Iñaki Urlezaga... por no citar más que algunos pocos.
En los años ’80 no solamente surgieron en el Colón notables bailarines. También hay coreógrafos que han dado cabales muestras de gran creatividad. En primer lugar está quien es destacado profesor de Técnica en el Instituto Superior de Arte de la Casa. Nos referimos a Mario Galizzi, ex bailarín del Argentino de La Plata, del Ballet Contemporáneo formado por Araiz en el Teatro San Martín, de algunas troupes de Alemania donde fue dirigido por conocidos maestros, y finalmente del Teatro Colón. Galizzi ha sabido crear sus propias versiones de “La Bella Durmiente del Bosque” y de “El Lago de los Cisnes” sobre la tradición de Petipa y Petipa-Ivánov, así como una grandiosa obra con intervención de Ballet, Coro, y Orquesta, “Gloria” sobre música de Vivaldi.
También han surgido coreógrafos neoclásicos como Rodolfo Lastra, y Carlos Baldonedo, entre otros. Simultáneamente, varios están labrando carrera coreográfica amalgamando lo académico con la danza contemporánea: Mencionemos sobre todo a Carlos Trunsky y Jorge Amarante, campo en el que ya había comenzado a destacarse Julio López.
A casi ochenta años de su creación, el Ballet Estable del Teatro Colón es fuerte pilar de la danza en la Argentina, y en esa brecha ha de mantenerse en pro de la cultura nacional. Para ello pronto habrá que estudiar una normativa legal especial para esta Compañía, ya que no puede pretenderse que su composición sea mayoritariamente de bailarines que han pasado la línea de su máximo rendimiento. De la preocupación que evidenciemos los que queremos lo mejor para el Ballet Estable del Teatro Colón, ha de surgir alguna solución para el actual problema planteado. Actualmente dirige la Compañía la ex bailarina cubana, corógrafa y maestra, Marta García.
En lo que atañe a la enseñanza, a la que ya aludimos antes en la parte propiamente de inicio del Ballet Estable, se imparte desde los comienzos en instalaciones dentro del mismo Teatro. Desde hace décadas ha recibido el nombre de Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. La dirección actual la ejerce la Prof. Ana María Massone, y la regencia de Danza corresponde a la Prof. Mabel Silvera con una carrera de Danza Clásica de ocho años de duración, a la que pueden adicionarse dos más de perfeccionamiento.
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