Chopiniana, ballet en un acto, fue coreografiado por Mikhail Fokin en 1909 en San Petersburgo, y se presenta como una suite bailada sobre la música de Federico Chopin, orquestada por Alexander Glazunov.
Se estreno en París bajo nuevo nombre “Les Sylphides”. Es un ballet clásico blanco, puro, simple y no requiere ninguna introducción o contexto.
Fokin diseñó su coreografía respecto de un tema fundamental: las visiones fugitivas que nacen de la imaginación de un poeta y lo transportan al reino de los sueños, donde imperan las sílfides.
La acción está profundamente condensada en un solo acto, habiendo evitado los tres o cuatro actos de rigor de otros ballet evitando de esta manera los meros virtuosismos ajenos al hilo argumental, y consecuentemente, los saludos de los bailarines, que interrumpían la acción. Anna Pavlova, sutil intérprete de “Chopiniana”, supo inspirarse en la danza etérea y romántica de la notable Maria Taglioni. En esta inspirada obra, que da la sensación de un vuelo ininterrumpido, se hacen y deshacen los encadenamientos del cuerpo de baile, mientras se escuchan los movimientos de un vals.
Las Sylphides son en sí seres del más allá, irreales, plenos de gracia. Recordemos que Chateaubriand, utilizaba frecuentemente la palabra Sylphide para designar el ideal femenino. A partir de ese momento La Sylphide se convertirá en el arquetipo del ballet romántico.
La acción se desarrollará siempre en dos universos diferentes: el terrestre y el sobrenatural y legendario. La interacción de ambos se concretará con un representante del mundo terrestre y otro del mundo de ensueño. Es considerada como la obra maestra de Mijail Fokin.
Una Sílfide es una criatura imaginaria que habita el aire de los bosques y campos. Pertenece a la mitología europea especialmente la germánica y escandinava. En el Renacimiento los silfos y las sílfides eran criaturas mágicas que el alquimista Paracelso citaba como pertenecientes al aire, uno de los cuatro elementos junto a la tierra, el fuego y el agua. Más adelante, al principio del siglo XVIII el poeta Alexander Pope en sus escritos parodiando a la alquimia describió a las sílfides como seres vaporosos que condensaban todos los malos humores femeninos y vagaban por el mundo sin destino, llamando Ariel a su máxima representante.
Con la llegada del romanticismo éste presentó a las sílfides como seres voladores femeninos, etéros, gráciles y de gran belleza, que provocan un enamoramiento pasional y un amor imposible de atrapar.
El compositor ruso Alexander Glazunov creó en 1892 una suite orquestal con cuatro piezas de Chopín y que fue interpretada en un concierto en diciembre del año siguiente bajo la dirección de Rimsky-Korsakov con el título de Chopiniana. En 1908 esta obra se estrenó como ballet en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo con el título de Rêverie Romantique: Ballet sur le musique de Chopin o Chopiniana.
La coreografía era del conocido Michel Fokine, también famoso bailarín e incluía por su expresa petición un nuevo número musical de Chopín
Pero fueron los célebres ballets rusos de Diaghilev en su presentación en París del año 1909, los que darían a conocer la versión que se haría famosa. Diaghilev mandó reorquestar la música a autores del prestigio de Liadov, Tanayev, Tcherepnin y Stravinsky, conservando la original de Glazunov para el vals. Se estrenó el 2 de Junio de 1909 en el Thèâtre du Châtelet de París, con decorados de Alexandre Benois y el nuevo título de “Les Sílfides” con unos protagonistas hoy legendarios: Nijinsky, Pavlova y Karsavina. Como novedad, era el primer ballet que carecía de argumento, sus personajes eran el “joven” o el “poeta” y un grupo de blancas sílfides bailando ante un decorado que representaba el jardín de un castillo en ruinas a la luz de la luna.
Aunque tampoco cuesta mucho imaginar una ligera trama, por ejemplo: Un joven poeta pasea solo por el bosque al atardecer, en busca de inspiración tal vez, o soñando con su amada. Cansado, se detiene junto a las ruinas de un viejo castillo y allí se queda dormido. Al salir la luna, aparecen un grupo de etéreas sílfides (nada que ver con las vengativas Willis de Giselle) que lo rodean invitándole a participar en una maravillosa danza. Al amanecer desaparecen y el joven poeta despierta sin saber si todo ha sido un sueño o una realidad.
Es uno de los más conocidos y frecuentemente representado de todos los ballets, y supone una reacción de Fokine contra las artificiosidades del clasicismo. No fue una respuesta contra la técnica clásica, sino contra los accesorios que la rodean. Es una vuelta al romanticismo, a su verdadero espíritu, y no a su expresión tópica. Las expresiones tópicas del romanticismo envejecen. Sus obras, a excepción de Giselle, están muertas; pero el espíritu romántico mismo sobrevive a todos los periodos y a todas las manifestaciones artísticas.
Las silfides, tal como lo concibió originalmente Fokine, era romanticismo puro, una serie de piezas musicales nacidas en la mente inspirada del compositor y trasladas al tablado.
Aunque la obra está compuesta por varias danzas inconexas entre sí, no es una variación o divertissement, pues posee una gran unidad de ambiente. El cuerpo de baile deja de ser un fondo mecánico y se convierte en un conjunto de artistas expresivos, dando no solamente conexión a la totalidad, sino marcando una diferencia entre el nuevo ballet romántico y los ballets románticos y clásicos del pasado. No es como El Lago de los Cisnes, la interpretación de una danza, es la interpretación de una música. A pesar de que carece de un relato dramático preciso, tiene una perfecta ilación y nada rompe la unidad de ambiente en que se desenvuelve todo el ballet.
Música, atmósfera, movimientos y vestuario se hallan gloriosamente unidos.http://classicmusica.blogspot.com.es
Oksana Skorik y Maxim Zyuzin en “Chopiniana”
Piezas de Chopín que componen el Ballet
Preludio en La Mayor
Nocturno en La bemol mayor (Op. 32, nº 2),
Vals en Sol bemol mayor (Op. 70, nº 1),
Mazurka en Re mayor (Op. 33, nº 2),
Mazurka en Do mayor (Op. 67, nº 3),
Preludio en La mayor (Op. 28, nº 7),
Vals en Do sostenido menor (Op. 64, nº 2),
Gran Vals en Mi bemol mayor (Op. 18, nº 1)
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